lunes, 15 de marzo de 2021

Cinco historias de sosias por el placer de revisar tu copia (I)

Los roles dobles atraen a los actores. Pero a los cineastas también les gusta explorar los juegos de semejanzas y falsos parecidos. Como en esas historias de intrigantes hermanamientos o extraños giros y vueltas de Chaplin, Dreville, Kurosawa, Cronenberg o Michel Blanc.
Desde los primeros minutos de Piratas del asfalto (Copie conforme), encontramos el brío del dialogista Henri Jeanson en este intercambio entre un campesino sureño y un delincuente: "¡Me hice completamente solo!" - Hubieras hecho mejor en dejar ese cuidado a tu madre… ”La película de Jean Dréville, estrenada en 1947, retoma una idea clásica: Mr. Dupon e Ismora son dos hombres prácticamente iguales físicamente. Sin embargo, mientras el primero es un hombre tranquilo y honrado, el segundo es un ladrón que trata de aprovechar el enorme parecido entre ambos para cometer robos. Los imitadores nunca han dejado de fascinar a cineastas, ni actores: ¡doble papel, doble triunfo! Laurel y Hardy lo entendieron (en Dos pares de mellizos (Our Relations), de Harry Lachman, 1936). Dave, presidente por un día (Dave, 1993), de Ivan Reitman. E incluso Claude François (en Podium (2004) de Yann Moix. Aquí hay cinco dobles particularmente interesantes.

1.- El gran dictador (The Great Dictator, 1940), de Charles Chaplin

Debido a que después de caer al agua de repente parece un vagabundo, el tirano de Never Land es arrestado por su propia policía. Y es un barbero desafortunado que reemplaza al que afirmó haber acabado con todos los judíos del planeta, aquel para quien el mundo era solo un juguete de su tamaño. Él, la víctima, habla y envía al mundo un inesperado mensaje de esperanza. En su primer largometraje hablado, realizado justo cuando Hitler invadía Polonia, Charlot el vagabundo se convierte en profeta. Un denunciante moderno...

2.- Piratas de asfalto (Copie conforme, 1947), de Jean Dréville

Louis Jouvet escribió mucho sobre el actor, sobre lo que llamó "duplicación consciente". En otras palabras, a pesar de su indiferencia por el cine, interpretar a dos imitadores debe haberle complacido: unirlos para diferenciarlos mejor de inmediato, hacerlos coincidir lo suficiente, pero no demasiado, para evitar confusiones. Se entiende, la de los espectadores. Porque los personajes tienen que confundirse lo más posible. Y así, la policía no entiende nada sobre sus peripecias. Los cómplices del ladrón (¡incluido un joven Jean Carmet!), ninguno. En cuanto a la simpática secretaria (Annette Poivre), llamada como testigo, se equivocó: en su mente febril, ¡uno demasiado bueno sólo puede ocultar a un bastardo! Reina el embrollo...
(cont.)

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