Rostros (Faces, 1968), de John Cassavetes
Richard Forst, un hombre de negocios de mediana edad y casado, tiene una aventura con una joven e inmediatamente le pide el divorcio a su mujer, a la que abandona para irse a vivir con su amante. Mientras tanto, su mujer conoce a un tipo en un bar y pasa la noche con él. A la mañana siguiente, Richard vuelve a su casa. En Rostros todo el mundo habla. Los personajes hablan y hablan sin cesar. Pero esas palabras no dicen nada. Son bromas, chistes sexuales, apuntes de doble sentido, comentarios sobre el tedio marital, canciones que reflejan su ebriedad. En una de las escenas observamos a un comediante realizando un espectáculo de (la realidad tratada como una comedia) y comprendemos que todos los personajes de Rostros parecen parados en frente a un escenario haciendo un despliegue artístico. No son ellos, son sus máscaras hablando hasta la nausea. Sin embargo, y eso es lo trágico, a pesar de su solvencia verbal, son incapaces de expresar algo o de comunicarse entre si. No se escuchan, sólo oyen el eco de su propia voz. En uno de los diálogos iniciales, el protagonista -Richard Forst- se interroga frente a uno de sus colegas y frente a Jeannie, una prostituta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario