El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013), de Martin Scorsese, basada en las memorias del mismo nombre de Jordan Belfort. Auge y caída de un un agente de bolsa de Nueva York, en las décadas de 1980 y 1990. En un contexto de sexo, drogas y dinero fácil, Scorsese filma la caída de un estafador tanto como la bancarrota de una civilización.
¿Podemos apasionarnos durante casi tres horas por un lleno de basura Martin Scorsese nos dice que sí. Sus grandes retratos de mafiosos en Uno de los nuestros (Goodfelass, 1990) o Casino (1995) siempre ocultaron un elemento de empatía. Filmó a los mafiosos como duplicados de sí mismo, descarriados y condenados. Al contrario, considera a su lobo de Wall Street como un extraterrestre puro: un monstruo de vulgaridad y codicia, si no de estupidez. Neurópatas inquietantes, alguna vez interpretado por Robert De Niro, este nuevo "héroe" es la caricatura más llamativa, el gemelo grotesco.
Es la delincuencia en el cuello blanco la que, sin duda, reclama esta apariencia. Porque si se trata del ascenso de poder de los empresarios bursátiles, en el punto de inflexión de los años 1980-90, la película, producida en 2013, habla también de la crisis de 2008 y de la ignominia que desveló, las catástrofes económica y humanas que ha causado. Para Scorsese, los especuladores y otros estafadores son la peor raza, sin el encanto anticuado de los gánsteres en los casinos y restaurantes italianos. Las altas finanzas, completamente corruptas, sumergen al mundo en una bufonada aterradora.
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