Le dio a Raimu o Gabin roles lejos de sus actuaciones habituales. Y ofrecido a Madeleine Renaud o Micheline Presle personajes femeninos rara vez representados en la pantalla. Jean Grémillon, tan exigente como delicado, sigue siendo injustamente desconocido. No haber sido reconocido durante su vida como correspondía no significa desconocer que el elegido en esta ocasión no haya sido un maestro. Para algunos, un director frustrado por no haber podido concretar muchos proyectos, para otros, un ejemplo de cineasta “maldito” y para un tercer grupo, uno de los más importantes realizadores del cine francés previo a la aparición de la Nouvelle Vague, Jean Grémillon está esperando el reconocimiento que su obra merece. Realizamos una mirada retrospectiva a la carrera de este cineasta y a sus sentimientos.
Subestimado durante mucho tiempo, Max Ophuls es considerado hoy, gracias al tiempo y a sus fans, como uno de los más grandes cineastas franceses; Julien Duvivier va por buen camino para unirse a él. Pero no Jean Grémillon (1901-1959), todavía ignorado, excepto por una estrecha avanzadilla de unos pocos afortunados. Demasiado serio, quizás. Muy exigente. Demasiada mala suerte, también, y hasta el final: murió el mismo día que Gérard Philipe, es decir, su desaparición pasa desapercibida... En su serie Viaje por el cine francés, Bertrand Tavernier encontró algo sobre Charles Spaak, guionista designado y amigo del cineasta: “Era inteligente, culto, sabía escribir, pintar, componer música. Era guapo, generoso, cocinaba muy bien, adoraba la vida. Tenía todo lo necesario para triunfar y tuvo una existencia frustrada, sin dejar de fracasos marcados. Venía un poco de su personaje: le gustaba trabajar con los guionistas, con los actores, le apasionaba la edición. Desafortunadamente, no le agradaron los productores, ¡y siempre lo maltrataron!"
Le masacraron, por tanto, sus primeros largometrajes: Maldone (1928), Gardiens de phare (1929), La Petite Lise (1930), Dainah la métisse (1932), de las que, sin embargo, quedan secuencias asombrosas, entre ellas un extraño baile con juerguistas bailando, enmascarados (en Dainah la métisse)... En el bono de El extraño señor Victor (L'Étrange Monsieur Victor, 1938), reeditado en DVD y Blu-ray por Pathé Films, nos enteramos de que Raimu, después del estreno de la película, escribió oficialmente una carta para lamentar que gente irresponsable le preguntara a un "chico del Norte" (Grémillon había nacido en Bayeux, Calvados, Normandía) para filmar en Tolón, que, según él, se ha vuelto oscuro y siniestro... Sin duda le culpa, sobre todo, de haberlo hecho oscuro y siniestro, a él, a Raimu. Por haberle impedido refugiarse en sus tics habituales que atraen a un público bastante fiel.
(cont.)
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