Una marquesa se rinde ante un libertino, con él que acaba cansándose. Su venganza será cruel… Bajo el vestuario y decorados del siglo XVIII, Emmanuel Mouret firma paradójicamente su película más moderna con Lady J (Mademoiselle de Joncquières, 2018).
De Fais-moi plaisir! (2009) a Caprice (20015), Emmanuel Mouret filmaba a menudo el flirteo contemporáneo. En el camino, llegó al pasado y a la película de época. Adapta un episodio de Jacques le Fataliste et son maître, de Diderot, al igual que Robert Bresson para Las damas del bosque de Bolonia (Les Dames du bois de Boulogne, 1945), sin temer a nada. Curiosamente, es al ubicar su triángulo cruel y amoroso en el oro y la seda del siglo XVIII que el cineasta triunfa en su película más moderna. Porque Lady J trata con una singular agudeza los actuales dolores femeninos y masculinos...
Madame de la Pommeraye, una viuda aún joven y hermosa, se felicita por haber terminado con el amor, sentimiento que no experimentó con su difunto esposo. Rica, independiente, retirada en su castillo, resiste con garbo al marqués de Arcis, libertino célebre por sus múltiples conquistas. Habla bien, la distrae, pero Madame de la Pommeraye sigue siendo un muro de inteligencia y serenidad. Pero el corazó la falla inconscientemente, acabó cediendo a tanta la persistencia y las promesas de amor eterno: este hombre ha cambiado, está segura. De todos modos, a lo largo de los años, sintiendo que se está cansando, ella finge compartir, por orgullo, su cansancio. Fomenta, de hecho, una venganza maquiavélica, con, como presa, una joven falsa virtuosa. ¿No es la pureza la trampa más hermosa para un inconstante?...
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