Pink Flamingos (1972), de John Waters
Babs Johnson (Divine), una guarra que vive con su gorda madre y su hijo en una caravana, acaba de ser nombrada la persona más inmunda del mundo por un periódico local. Pero los Marble, un matrimonio que, entre otras cosas, vende heroína en los colegios y venden bebés a lesbianas, no pueden consentir que Divine les supere en suciedad y depravacion, así que deciden tomar cartas en el asunto. Su estreno causó una enorme controversia por la amplia gama de actos perversos mostrados en planos explícitos. Consagró a la extravagante drag queen Divine como estrella underground. Desde su lanzamiento ha tenido fervientes seguidores de culto, y se considera una de las películas más emblemáticas de Waters. Una película no apta para mentes sensibles que contiene pornografía, canibalismo, escatología y zoofilia, entre otras cosas.
Como Russ Meyer, John Waters es un director que no puede dejar de generar cine de culto: su personalidad está tan arrolladoramente al margen de las convenciones que hasta sus películas más comerciales, como Los asesinatos de mamá (Serial Mom, 1994) o Pecker (1998), con presupuesto y repartos propios de producción de Hollywood, son ejercicios de humor esquinado y extrañeza militante muy difíciles de clasificar. Ninguna tan difícil, eso sí, como su primera película, Pink Flamingos.
Perversa, sucia y satírica desde la misma enunciación de su argumento (un grupo de personas compitiendo por ser, oficialmente, la persona más vil del mundo, todo aquí respira esencia de cult movie. Desde su increíble reparto de outsiders encabezado por la insustituible Divine a su pobreza de medios, que obligó a rodar en plan guerrilla y sin permisos por las calles de una nada cosmopolita Baltimore de los años 1970. Y culminando todo ello, cómo no, en la secuencia de la mierda de perro, una absoluta cima del cine más radical, transgresor e insólito.
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