Como forma de celebrar el séptimo arte, realizamos un inventario de las veintiuna mejores películas, en nuestra opinión, realizadas a lo largo de los años transcurridos del presente siglo.
21.- Tropical Malady (Sud pralad, 2004), de Apichatpong Weerasethakul
Dividida en dos partes sin ningún ánimo de simetría, reflejo o causalidad, en Tropical Malady conviven indistintamente la comicidad, el paisaje, la sensualidad y el misterio. Lo primero que llama la atención, incluso antes de su peculiar estructura, es la liviandad para contraer puntos tan distantes: a una pareja de hombres enamorados le sucede un tigre nocturno extraído de la más antigua de las mitologías. Con todo lo extravagante de sus presupuestos, el transcurso de la película apenas tiene sobresaltos; podemos, en definitiva, navegar a través de sus imágenes sin que éstas se nos impongan. El cine de Apichatpong Weerasethakul es lo más cercano al acto de respirar: una actividad vital de la que no tenemos plena conciencia.20.- The Assassin (La asesina) (Nie yin niang, 2015), de Hou Hsiao-Hsien
Enfrentarse a The Assassin implica una amplia reconstrucción del backstory de su protagonista, parca en palabras y escurridiza en una presencia que se diluye entre las sombras de los bosques o las sedas. Su presente personal lo condiciona el complejísimo entramado político de la China del siglo XI, que la ha convertido en asesina, la ha alejado de su familia y la ha obligado a enterrar sus lazos sentimentales hasta empujarla a una profunda soledad. La película, tan opaca como esta protagonista, nos asoma muy sutilmente a la hondura de sus afectos, y brinda los momentos más bellos en aquellos planos que muestran su rebrotar mediante pura imagen.
19.- Inland Empire (2006), de David Lynch
Inland Empire tiene, como rasgo esencial, ser una película que rechaza las clasificaciones existentes. Entre la improvisación, la inquietud, el juego metacinematográfico y la fábula fantástica, sus materiales se apilan en una diégesis completamente dislocada que hace del fragmento, de la pista falsa y de la pura sugerencia sensorial sus materiales narratológicos básicos. Al contrario que otras cintas contemporáneas que vieron en las herramientas digitales un puro ejercicio de abaratamiento de costes de producción, Lynch realizó una profunda exploración del formato y del proceso de trabajo, de los materiales, las texturas, las posibilidades de la iluminación, del movimiento o del montaje, abriendo vías que pese a su indudable potencia formal y significante, todavía quedan inexploradas en pleno 2021.
18.- Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Lung Boonmee raluek chat, 2010), de Apichatpong Weerasethakul
Excepciones contadas, ya no veo más que amaneramiento en un cambio en la relación de aspecto o en la entrada inesperada del fantástico en el cine social: ¿será el símbolo un parche ante la incompetencia, un agente oscuro y falaz del realismo mágico? Mientras, lejos, en el corazón del monte tailandés, Apichatpong Weerasethakul apuesta por depurar, por revelar y esconder. Habla claro, sin vacilar, aunque no lo entendamos. Podría adscribirse a las palabras intemporales de Oscar Wilde: «Quedan tan pocos misterios hoy en día que no podemos permitirnos perder ni uno solo más». En medio de la noche, un buey se libera de sus ataduras.
17.- Brokeback Mountain (20059, de Ang Lee
Ang Lee, que ya había abordado el tema de la homosexualidad en El banquete de bodas (1993), dio la campanada con esta suerte de western ambientado en la década de los años 1960 y basado en el cuento homónimo de Annie Proulx. Al igual que en otros títulos imprescindibles del cine romántico, como Casablanca o Los puentes de Madison, el amor entre sus protagonistas era tan fuerte y arrasador que no existía posibilidad de un final feliz, por lo que la renuncia era la única salida posible. Brokeback Mountain ya es historia del cine, un clásico moderno que fue capaz de emanar auténtico aliento épico de un relato intimista. Algo que solo los grandes como David Lean se podían permitir.
El último abrazo y las palabras de Bob (Bill Murray) a Charlotte (Scarlett Johansson) —que no logramos discriminar— con las que se cierra el segundo largometraje de Sofia Coppola se han erigido en el símbolo, en el poema visual de una generación que antepone el recuerdo y la melancolía a la propia realidad; anhelos no sentidos que encontraron anterior y posteriormente su equivalente fílmico en las obras de realizadores como David Lean (Breve encuentro, 1945), Richard Linklater (Antes del amanecer, 1995) o Kogonada (Columbus, 2017), entre otros muchos. Fulgores efímeros que dan cuerpo, rostro e imagen a sueños que puede que jamás tengan forma corpórea. Aun con todo, inspiran y emocionan, como lo hace la magnífica película de Coppola, que corrobora la sensibilidad apuntada en su excelente ópera prima, Las vírgenes suicidas (2000). Así, Lost in translation es una parábola sobre una contemporaneidad dominada por la soledad; donde el éxito es deuda y la mirada siempre es retrospectiva. Por suerte, la vida, como el cine, ofrece un espacio para celebrar los conatos mágicos que rompen la monotonía de nuestra existencia. La cinta de Coppola es el perfecto exponente de todo ello; y su final El paradigma.
A la altura de los grandes, Haynes utiliza los más bellos estilismos visuales, con una fotografía deslumbrantemente romántica, para representar la alegórica y descarnada belleza del padecimiento mental y el drama de las dos mujeres protagonistas. Miradas de soslayo, recuerdos de una noche imborrable, ilusiones rotas por la cruel realidad de un amor que no siempre aparece en el lugar o el momento adecuado, dejando a los enamorados, como a todos los que se adelantan a su tiempo, condenados al delicioso sufrimiento de las fugaces recompensas; lo efímero de una caricia tan poderosa que compensa el aguantar con rabia una vida de golpes.
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