Con sonidos violentos, el timbre de alarma suena. La cámara se acerca a una joven conmovida, desde atrás, con un cuello orgulloso, en medio de una multitud fúnebre. En el siguiente plano, esta vez al son de un violonchelo que provoca ansiedad, es siempre este mástil el que nos guía con fluidez. Nos conduce a través de un gran piso burgués hasta el comedor donde no es bueno molestar al cabeza de familia. "Lo siento, padre" será la frase inicial de la película. A partir de estos magníficos comienzos, e incluso antes de conocer realmente a Eugenie, la heroína, la puesta en escena de Mélanie Laurent expone su apuesta dramática: será una cuestión de feminidad a silenciar, de cuello a doblar, por todos lados. Espíritu para ser extinguido por coacción.
París. 1885. Eugénie, una mujer joven y apasionada descubre que tiene el poder especial de oír a los muertos. Cuando su familia descubre su secreto, la llevan al hospital Pitié Salpétrière, una clínica neurológica dirigida por el famoso profesor y pionero de la neurología Dr. Charcot, en la que se internan mujeres diagnosticadas de histeria, locura, epilepsia y otras enfermedades mentales. Aquí está Eugenie (Lou de La age) encerrada dentro de las cuatro paredes de un mundo de conejillos de indias, en manos de la "ciencia" de hombres que escudriñan sus vientres, retuercen sus miembros, temen sus palabras y su melancolía. Su destino se entrelaza con el de Geneviève, una enfermera del hospital a quién la vida se le está pasando de largo. Su encuentro cambiará el futuro de ambas mientras se preparan para el "Bal des folles" que organiza anualmente el hospital.
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