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Algo que se volvería a repetir con su siguiente intento serio, el drama bélico El imperio del sol (Empire of the Sun, 1987), bastante incomprendido en su momento. La historia arranca en 1941, durante la II Guerra Mundial en un Shanghai ocupado casi íntegramente por los japoneses. Únicamente ha sido respetada, gracias a la protección diplomática, la denominada zona de asentamiento internacional, algo así como un país dentro de otro, donde europeos y americanos continúan normalmente sus vidas de lujo, sin verse afectados por la pobreza que existe al otro lado de las alambradas. Jim Graham es un niño inglés de clase alta que vive felizmente junto a sus padres en su elegante mansión, asistiendo a fiestas de disfraces de la alta sociedad y disfrutando de su pasión por los aviones. Vive en una burbuja, sobreprotegido, ajeno a la guerra que asola el país. Pero esta inocencia se verá violentamente destruida cuando el mismo día del ataque a Pearl Harbor, Jim y su familia se vean obligados a dejar atrás sus posesiones materiales para tratar de escapar de China, con tan mala fortuna que el pequeño se separa de sus padres en medio de la multitud que huye desesperada por las calles. Jim va a parar a un campo de concentración situado junto a un aeropuerto militar chino. Durante sus largos cuatro años de cautiverio, pasará de ser un miedoso niño a convertirse en un precoz hombre, ingeniándoselas para sobrevivir en condiciones infrahumanas (de su amigo, el maleante Basie, aprenderá que se puede ser capaz de cualquier cosa por una patata, aunque esté infestada de gorgojos) sin perder un ápice de su talante alegre y altruista, ya que también se dedica a hacer la vida más llevadera al resto de los prisioneros, entre ellos el matrimonio Victor, que suple de alguna manera la ausencia de los auténticos padres del muchacho.
Pero, sobre todo, con su excesivamente sentimental melodrama fantástico Always (Para siempre) (Always, 1989). Se trató este último de un proyecto muy personal, ya que apostó por ser el remake de uno de los clásicos favoritos del realizador -Dos en el cielo (A Guy Named Joe, 1943), de Victor Fleming-, con Richard Dreyfuss y Holly Hunter tomando el relevo de Spencer Tracy e Irene Dunne en los personajes de un piloto fallecido en acto de servicio y su novia, a la que protege desde su condición de “ángel” de la guarda. A Spielberg le quedó una historia romántica bienintencionada y blandita, que explotaba en exceso el tema de The Platters Smoke Gets in Your Eyes a lo largo de su almibarado relato, aunque siempre fue un placer ver a la angelical (más que nunca) Audrey Hepburn en su última aparición en el cine.
Always (Para siempre) (1989) |
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