Durante veintiséis años, Kelly Reichardt ha dibujado otra cartografía de los Estados Unidos. Del lado de las mujeres, las marginadas, las silenciosas. Encuentro con una discreta figura del cine independiente americano.
Audacia y discreción. A su propio ritmo (siete largometrajes en veintiséis años), Kelly Reichardt traza un surco indeleble en el cine independiente estadounidense. Con presupuestos miserables y un gran arte de minimalismo, lidera una revolución silenciosa que desacredita mitos, subvierte códigos y cambia nuestra mirada.
Su última película, First Cow (2019), que llegará a los cines españoles a partir de noviembre de 2021, resume la singularidad de la directora. Es un western sin armas ni cuero cabelludo, cuya acción se desarrolla en la estación fría, cerca de un bosque de coníferas. En 1820, un inmigrante chino ambicioso y un cocinero judío amable vendieron galletas hechas con la leche que robaron de la vaca de un potentado local. Atrás quedaron los hornos del desierto, las cubiertas antipolvo y el formato CinemaScope: el sueño americano del éxito individual basado en el espíritu empresarial emerge en migajas en esta película de amistad pastoral sutilmente política.
Kelly Reichardt, de 57 años, ya había probado el western en 2010 con Meek's Cutoff. Pero, de nuevo, no hay conquista viril y gloriosa. Este “poema del desierto” estaba ligado a los gestos cotidianos y laboriosos de los pioneros y, sobre todo, a los de sus esposas. Certain Women: Vidas de mujer (Certain Women, 2016), las marginadas Wendy y Lucy (2008), las olvidadas por la gentrificación, Old Joy (2006)… tantas figuras invisibles que el cineasta mira y revela. "Hay una diferencia entre mostrar y dejar ver", afirma la directora.
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