03.- La ruleta de la fortuna y la fantasía (Guzen to sozo, 2021), de Ryūsuke Hamaguchi, Japón
La «fantasía» que Hamaguchi invoca en su título alcanza a gestos minúsculos de revelación, pero también a lo improbable de las situaciones que vertebran las historias. Al respecto, la película no deja de oscilar entre el sentido que los personajes improvisan sobre estos acontecimientos y su mero carácter azaroso. En la primera historia, por ejemplo, Meiko se siente tentada de interpretar el encuentro entre Tsugumi y Kazuaki como una señal del destino para que ella y su antiguo amado vuelvan a estar juntos. Pero otro pequeño golpe de azar hace tambalearse esta convicción. Cuando están a punto de besarse en la escena de la oficina, una empleada de Kazuaki vuelve porque había olvidado su portátil e interrumpe el acercamiento. En consecuencia, el resto de la escena cambia radicalmente su desarrollo y la tensión interna de Meiko no se resuelve en uno u otro sentido —a saber, entre volver con el hombre al que fue infiel o dejar paso a su mejor amiga—. Algo similar ocurre en el tercer episodio, cuando la llegada de un paquete da un giro brusco a una situación que parecía acabar. O, en la misma línea, con la puerta abierta del despacho en el que transcurre el segundo episodio, tras la que no dejan de desfilar estudiantes y profesores que, sin intervenir, evocan continuamente la posibilidad de que algo irrumpa en la escena que estamos viendo y altere su desarrollo.
En suma, Hamaguchi perfecciona aquí su capacidad para combinar el trabajo con la modulación emocional a partir de los actores, escenas largas mediante, con una atmósfera de posibilidades abiertas. Como ya ocurría en Happy Hour o Asako I & II, la cualidad escurridiza de sus imágenes se explica tanto por los ejercicios de apertura y conexión que realizan sus personajes como por su mutabilidad. Pero, en última instancia, ¿hacia qué se orienta todo esto? No se me ocurre mejor respuesta que el final del tercer capítulo, un potentísimo derretidor de corazones. Sin desvelar nada argumental —la red de casualidades, equivocaciones y conexiones que traba aquí Hamaguchi es algo que vale la pena experimentar a ciegas por primera vez—: se trata de cómo el milagro radica en que, de todas las formas en las que la situación podía no haberse dado o haberse roto, los afectos pretéritos y los nacientes se fundan en un abrazo que convierte al engaño, al mismo arte de actuar —componente fundamental del cine de Hamaguchi—, en una vía abierta para la verdad, la reconciliación y el encuentro. En que, parafraseando una conocida máxima de Éric Rohmer sobre su cine, todo sea fortuito salvo el azar.
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