02.- Petite Maman (2021), de Céline Sciamma, Francia
Superado el sobresalto que viene con el descubrimiento de lo sobrenatural, Nelly —despierta y sensible— reconoce, en la calidad inmanente y sostenida de este intersticio (tentade estoy de calificarlo de garante de ecuanimidad), la posibilidad de hacer las paces con asuntos que empiezan a pesar demasiado en su mochila personal. Grumo de tiempo muerto, este traspase puede sopesarse como espacio para comprender su realidad psicológica, adoptando una perspectiva privilegiada, casi de method acting para consigo misma. Nelly juega, se mimetiza con imagen de su madre-de-joven (se suelta la coleta, adopta sus maneras) y, así, entrevé las raíces de su propio malestar en un historial de abandonos que viene de lejos, y que tiene como baluarte último la costumbre de la abuela de Nelly de ir constantemente diciendo que morirá pronto. Para una niña, no hay dejación más definitiva que esa. A la vez, Marion se interpreta a sí misma como la madre que ya sueña ser, pero que aún no había podido proyectar vívidamente: consigue descubrirse a través de los ojos de ella, dentro de 23 años. Marion y Nelly encuentran en la otra el reflejo virtual de sus miedos, actualizado —en carne y hueso—, y lo que ven… no está tan mal. Entenderán que el intersticio, el «espacio entre», también puede leerse como terreno de juego, espacio seguro para expresar y dar salida a la vulnerabilidad, de ahí que el clímax de la película tenga forma de conversación en murmullos. Poder verse indiscerniblemente reflejada en los ojos de otra, poder jugar a ser una misma: este es quizás uno de los usos más bellos que recuerdo de la imagen-cristal.
Por ello, quizás se salve Sciamma del imperativo que esgrimía en Retrato de una mujer en llamas, su magnum opus, de significar constantemente a través de las imágenes. Un proceso discursivo y simbólico que aquí deviene imposible, por la propia inmanencia de lo virtual, y que pronto queda sustituido sabiamente por el simple reflejo del misterio que se oculta tras el reconocimiento de la otra. Este misterio no está ahí para ser descifrado, como apuntarán los momentos de desconcierto que les adultos (la abuela, el padre) viven al encontrarse ante Nelly/Marion, extrañas —¿espectrales?— en un mundo que no les corresponde. Una extrañeza que pronto es incorporada a la familia, incuestionada. En Petite maman no hay que resolver nada, tampoco puede haber suspense alguno, porque a priori sabemos que todo va a ir bien. Entonces, puede que, ante la aparición del misterio, debamos hacer como les adultos y solo aceptarlo. Para ello, quizás todo lo que necesitemos sea escucharnos un poco más.
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