07.- Titane (2021), de Julia Ducournau, Francia
Regada de la rica tradición del splatter (gore) francés, Titane se llena pronto de eccemas, sangre y vísceras, de forma que, para sensibilidades mínimamente delicadas, este se convierte en un visionado difícil, repulsivo desde lo más hondo de su propuesta estética. Si bien pudiéramos apelar al cambio de cuerpo de Alexia como una suerte de celebración de la individualidad, una liturgia con las vendas de crêpe del binder como sotana de lo queer, es innegable que nuestros ojos, educados en la tradición occidental, prefieren la versión femenina y sexy de la Alexia primera antes que los asideros macabros de su apariencia liberada. A la mirada occidental, chapada gracias a siglos de formación del gusto, la visión de la nueva carne sigue resultando esperpéntica, que no gozosa, en fin, deseable.Puede que el cortocircuito estético que la mirada al cuerpo de Alexia moviliza sirva, en efecto, para devolver a Freud a su féretro, subrayando que todo –incluso la aversión hacia las figuras paternas– es líquido, convencional y, por lo tanto, puede deconstruirse, reformularse. De ahí, por ejemplo, que el cuerpo mórbido del padre de Adrian, un dopadísimo bombero interpretado por Vincent Lindon, resulte mucho más cercano a la vivencia de Alexia que el de su propio ascendiente. La fealdad también podría servir como el seno de otro tipo de relaciones, claro. Pero ¿para qué? Queda claro que en ningún caso debería la película de Ducournau cubrir cuota alguna o salvar a nadie. Sin embargo, fuera de lo puramente fílmico, es productivo recordar que visibilidad no equivale a celebración, a esfuerzo por una normalización real. A nadie le apetece ser raro, feo, y lo queer, es (aún) tremendamente disfuncional. Decir lo contrario es, en todo caso, mirar al mundo con los ojos cerrados.
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