05.- Dune (2021), de Denis Villeneuve, Estados Unidos
La «realidad» se va edificando trozo a trozo, o mejor dicho, se va difuminando imagen por imagen y lo que partió como una injerencia natural en el orbe humano, la intromisión de las dunas afectando a ciertos tramos de una autopista perdida en Florence, Oregón, atrayendo la curiosidad del escritor, es también una crónica ficticia sobre las aspiraciones del ser humano por controlar la naturaleza, algo a lo que está irremediablemente forzado a perder. Los Harkonnen han estado esquilmando Arrakis durante años por orden del Emperador y ahora serán los Atreides, por un mismo mandato imperial quienes les suplanten. El planeta cambiará de amo pero seguirá siendo explotado por el hombre, uno extranjero, ajeno a sus reglas, a sus costumbres fremen, a los habitantes del desierto, aquellos que viven sepultados en sietch para poder sobrevivir y que serán la pieza estratégica para conseguir la paz en Dune y el germen de la rebelión contra el Emperador.
Agua y arena, elementos reales que al mismo tiempo se superponen uno sobre otro o viceversa. Imagen y reflejo, un plano que los emparenta: la mano de Paul mojándose en su planeta de nacimiento y después sumergiéndola en la arena del planeta que lo acogerá. Las dunas de Arrakis y las olas de Caladan no dejan de ser representaciones de un mismo ecosistema y de un gesto, construir una «realidad» donde la inmersión es total, donde nos ahogamos en un espacio por un tiempo limitado y nos olvidamos de todo lo demás. Solamente construyendo una alteridad se puede llegar al concepto cinematográfico de realidad. No estamos tan lejos de aquellos espectadores que se levantaban de sus asientos o giraban sus cabezas por temor a que fuesen arrollados por una locomotora en La llegada de un tren a la estación de La Ciotat (L’arrivée d’un train en gare de La Ciotat, 1895), de Auguste y Louis Lumière.
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