8.- El gran movimiento (2021), de Kiro Russo, Bolivia
Si en Viejo calavera (2016), un baile acreditaba la desconexión del personaje con la realidad en que estaba viviendo, en El gran movimiento son otros dos los que representan esa misma situación: el del protagonista y sus amigos que vienen a reproducir el mismo modelo vital pese al cambio de escenario, refugiándose en la borrachera como válvula de escape ante la pobreza y la exclusión; y el de los trabajadores del mercado, de carácter más festivo y ligado a una resignación ante una situación que, dentro de la adversidad, permite mantener un salario y anima a la danza; aspiración a la que quisiera llegar Elder pero de la que se ve excluido por la enfermedad y la precariedad de su situación. El cambio, el éxodo del campo a la ciudad, ni ha mejorado su vida ni ha eliminado el frío que cala sus huesos; si acaso ha potenciado sus alucinaciones, sus viajes astrales que van convergiendo hasta conectar con el chamán que intermediará con el mundo de los espíritus. Si en Viejo calavera la luz prácticamente no hacía acto de presencia, tratándose de una película nocturna y de interiores opacos, la gran ciudad de El gran movimiento no permite asumir una misma concepción formal de la iluminación de los planos porque la noche urbana es menos oscura que la rural, y porque la ciudad ofrece una actividad diurna donde la oscuridad de los personajes no puede ocultar la realidad del exterior.
Pese a ello, el cine de Russo se crea desde las sombras, externas e internas, de los personajes, para demostrar que los peores trabajos se mantienen en el ámbito del indígena, cuya conexión con la tradición espiritual procedente del pasado se mantiene aún pura y vigente y se transmite entre generaciones. No hay edulcoración posible en el cine de Russo porque la no ficción de sus invenciones cinematográficas se encuentra presente en la puesta en escena urbana e, incluso, en los interiores de casas que apenas merecen el nombre de tales. El alcohol puro emana de los poros de la piel sudorosos de Elder cuya enfermedad no es detectada por ningún reconocimiento médico, como si existiera una amplia capa de la sociedad latinoamericana cuyos males no dependieran de lo físico, sino del mal estado conjunto de estructuras basadas, de manera inmemorial, en la explotación y la dominación cualquiera que sea el nombre que se otorgue al poder. Hay un mal incrustado como un gen en el adn de la población que, desde su nacimiento, conoce y acepta, su mal destino. Quien no se resigna enferma, quien busca una solución mejor se consume. La luz que se proyecta en la frente de Elder es apagada, apenas como una luz de emergencia para guiarse mínimamente en la oscuridad y acertar con la salida. Cuando se repasa, en breves segundos, toda una vida a velocidad de vértigo, la apertura de los ojos no sabremos si responde a un movimiento reflejo de la expiración o al despertar, ahora ya resignado, a la condición de un nadie más y sin futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario