The Rocky Horror Picture Show (1975), de Jim Sharman
Cuando una pareja regresa de la boda de unos amigos, estalla una violenta tormenta y el coche se les avería. Así las cosas, no tienen más remedio que refugiarse en un castillo, donde el doctor Frank-N-Furter vive entregado a la fabricación de una especie de Frankenstein.
Quizás la película de culto por excelencia, sobre todo por la gran cantidad de características definitorias que suma: procede de un musical underground y fue un fracaso de taquilla en su época. Pero el público comenzó a acudir a las sesiones de medianoche en Nueva York, interactuando con ella: coreaban las canciones, ejecutaban pequeñas acciones en momentos determinados (disparar pistolas de agua, tirar arroz), incluso subían junto a la pantalla a interpretar diálogos al mismo tiempo que la proyección.
Pero también su mensaje, abiertamente subversivo y peleón, forma parte de su categoría de culto, empezando por su aún hoy corrosiva y celebrada androginia, que abarca desde los míticos créditos iniciales a la propia figura de Frank N. Furter, que se convirtió en icono LGBT de modo fulminante. Acorde con ello, aunque la película parodia y homenajea al cine de ciencia-ficción clásico, su estética está más bien inspirada en el glam rock y el naciente fenómeno punk que ya se vivía en las calles. Como guinda muy del cine de culto de siempre, algunos de los actores, como Susan Sarandon y, en menor medida, Tim Curry, acabarían desarrollando una carrera comercial al margen de estos disparatados inicios.
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