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Mi tío de América (Mon oncle d'Amérique, 1980)
Tras su estreno, la lección práctica imaginada por Alain Resnais provocó un apasionado debate sobre el conflicto entre el determinismo y la libertad. El director fue acusado en ocasiones de reducir a los humanos a una red de sinapsis, esclavos de una estimulación cerebral irrisoria. Falso juicio: el “cineasta de la conciencia” juega con el discurso científico para transformarlo en regla artística. Resnais explora los giros y vueltas del tiempo y el azar con una edición compleja y brillante. Su película, al trastornar las reglas de la narración, se asemeja al relieve del cerebro, en su materialidad y en su desbordante misterio. Con sutil burla, inventa una palabra original, casi un arte aparte.
A principios del siglo XX, el Conde Forbek, un rico excéntrico, emprendió la construcción de un extraño edificio, que quería convertir en el castillo de la felicidad. En 1982, el lugar se convirtió en un colegio donde se realiza un simposio sobre "La educación de la imaginación". Al mismo tiempo, los niños inventan una leyenda... Con humor, Alain Resnais vuelve a trastornar las reglas de la historia. Tres historias se responden entre sí como los temas embriagadores de una misma partitura. Parábolas cruzadas sobre locuras utópicas, los límites y el poder de la imaginación, componen una comedia insólita. La película le dio a Sabine Azéma su primer papel importante.
Fanny Ardant y Andre Dussollier en La vida es una novela (1983). |
Melo (1986)
Alain Resnais vuelve a poner en escena el poder de la imaginación, del inconsciente, de la fantasía, y su impacto sobre una realidad aquí negada, incluso en decorados ostensiblemente artificiales y en la actuación teatral de los actores. El bovarismo de Romaine (Azéma), cultivando el campo de las posibilidades, concuerda con los eternos arrepentimientos de Marcel (Dussollier) y se opone a la infantil satisfacción de Pierre (Arditi). A través de su casi imperceptible juego de espejos y luces, Resnais nos lleva a una reflexión más existencial que moral sobre nuestra relación con la ficción: ¿debemos hacer de la vida una novela o contentarnos con la catarsis que ofrece el arte en general, y el cine en particular?
El registro de Corazones es sutil, delicado. Al adaptar una obra del dramaturgo inglés Alan Ayckbourn, como hizo en Smoking/No smoking (1993), Alain Resnais encuentra material para un tour de force a su gusto: una unión de fantasía y seriedad, de significado y aparente sinsentido. ¿La nieve que aureola a sus personajes es la de las comedias de Hollywood de antaño o el velo de la temporada baja? Depende de nosotros. Somos libres, como Resnais y sus actores, que plasman con maestría y ternura nuestros pequeños arreglos con la vida.
Las malas hierbas (Les Herbes folles, 2009)
La novela de Christian Gailly se llamaba L'Incident. ¿Por qué cambiarle el nombre a Las malas hierbas? Anunciar de entrada lo que interesa a Alain Resnais en esta historia: el comportamiento impredecible y aberrante, los abismos que nos esperan en las situaciones más inocuas, las espirales absurdas en las que podemos caer por casi nada... En otras palabras, el hilo rojo de la obra del cineasta. Nada es demasiado loco para las malas hierbas locas que somos según él.
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