Hace sesenta años, el 4 de agosto de 1962 precisamente, la actriz estadounidense fue encontrada muerta. Todo el mundo quedó conmocionado. Y se vio en Marilyn Monroe a una víctima de Hollywood. Una sucinta retrospectiva, a través de tres artículos publicados en Télérama n° 657 del 19 de agosto de 1962.
Marilyn está muerta
Un domingo de agosto, una actriz murió en Hollywood. En todo el mundo, el asombro da paso a la lástima. Lejos de juzgarla; para condenarla, la compadecemos. Y si nos preguntamos: “¿De quién es la culpa? Es porque a los ojos de todos, Marilyn Monroe es ante todo una víctima.
Una víctima. Esta es una palabra que debería tener una profunda resonancia en la sensibilidad cristiana. Porque, si se nos permitiera descifrar nuestros destinos con los ojos de Dios, tal vez veríamos que no hay treinta y seis formas de vivir la vida. Quizá sólo haya dos razas de seres después de todo: los que dan y los que toman. Quizá nuestras existencias, oscuras o brillantes, estarían mejor compartidas a la luz del Calvario: en el mundo sólo hay víctimas y verdugos.
"Marilyn es una víctima inútil, su sacrificio es absurdo" dirán los sabios, los ahorrativos y los tibios. Pero sabemos que no hay sacrificio innecesario. Sabemos que amamos a Marilyn porque ella le había dado todo a su trabajo, a su arte, al espectáculo. Vocación ambigua entre todos: uno puede ser un espectáculo o montar un espectáculo. Están las estrellas que prestan su piel o que la venden. Y los que lo dan. A menudo, empezamos vendiéndonos y descubrimos, demasiado tarde, que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos. Es característico de los niños, poetas y artesanos jugar con un fuego implacable. No se equivoca el público que respeta y teme este fuego: este fuego es sagrado. El ámbito del arte y el entretenimiento es quizás el último refugio de lo sagrado, para un mundo que cree haber matado a Dios.
Marilyn, mujer-niña, víctima de un arte que devora cuerpos y almas, unirás a nuestra memoria y nuestra compasión a estos otros niños perdidos a los que amamos: Lola Montes y la pequeña Mouchette de Bernanos. “Que Dios os reciba en su dulce misericordia”.
Jean Collet
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