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La ciudad era una verdadera selva. Y las primitivas películas de gánsters de los años 1930 no fueron las únicas en mostrar la dureza de la vida en ella. En Hombres de mañana (No Greater Glory, 1934, Frank Borzage mostraba los guetos de las grandes urbes como lugares en los que los jóvenes se convertían en, o bien en hombres honrados, o bien delincuentes que luchaban por la supremacía moral.
Los niños era también las víctimas de la situación en Calle sin salida (Dead End, 1937), de William Wyler, adaptación de la obra homónima de Broadway de Sidney Kingsley de 1935. Fue la primera aparición cinematográfica del grupo de actores conocido como Dead End Kids. En una calle de Nueva York, la miseria y la delincuencia conviven con la riqueza de los inquilinos de un lujoso bloque de apartamentos. Inevitablemente esos agudos contrastes acabarán desencadenando tensiones entre los dos mundos. Y pandillas parecidas, con el nombre de los East Side Kids o los Bowery Boys, continuaron apareciendo en el cine hasta bien avanzada la década de 1940.
Calle sin salida (1937) |
Pero, más que ningún otro grupo social, en las películas las que pagaba el pato de la Depresión eran las mujeres. Luchaban por salir del pozo, se casaban por dinero, pero casi siempre veían incumplidas sus ambiciones. Tal como señala Marjorie Rosen en su obra Popcorn Venus, "las mujeres eran el chivo expiatorio de la Depresión". Se les hacia pasar por toda clase de sufrimientos morales y algunas veces físicos, lo que hacía que las trabajadoras que veían estas películas se sintiesen mucho mejor.
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