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Paralelamente a la formación de este sindicato, en las filas de los actores y directores estaban teniendo lugar una lucha parecida. Los que dirigían la lucha a favor del reconocimiento del sindicato eran al mismo tiempo los miembros más activos de organizaciones más amplias, tales como la Liga Antinazi. Resulta significativo que las dos preguntas más frecuentes formulada a los "Diez de Hollywood" durante las audiencias deñ Comité de Actividades Antiamericanas en 1947 fuesen. "¿Es usted actualmente o ha sido alguna vez miembro del Partido Comunista?" y "¿Es usted miembro del Screen Writers' Guild? Tantos los miembros destacados del Partido Comunista como los liberales más prominentes eran en todos los casos fervientes defensores del Sindicato, antinazis partidarios de los republicanos durante La Guerra Civil española.
A estas personas, el Hollywood de los años 1930 les parecía un bastión del conservadurismo, impresión que los estudios no hacían nada por corregir. Todos los magnates del cine habían conocido la pobreza durante su infancia y se habían hecho ricos en la madurez. Tras conocer ambas cosas habían llegado a la conclusión de que preferían la riqueza y se consagraban, por tanto, a conservarla.
Dos de los principales peligros que acechaban a sus actividades eran los planteados, por un lado, por el Gobierno, que podía decidir una reducción del porcentaje de sus grandes beneficios, y, por el otro, por diversos grupos de presión, tales como los Caballeros de Colón, las Hijas de la Revolución Americana, la Legión America, o, el más poderoso de todos, la Legión Nacional de la Decencia. Este último era un organismo formado por censores de cine de la Iglesia Católica que, con el apoyo de ésta, clasificaba todas las películas desde A1 a C (que quiere decir "condenada"). El peligro de un boicot económico impuesto por cualquiera de estos grupos hizo que se concediera cada vez mayores poderes al Departamento Hays, el sistema de autocensura aceptado por la propia industria. En 1934 dicho Departamento convirtió su Código en obligatorio y ascendió al católico Joseph Breen al puesto de director. Todas las películas debían obtener una visa de exhibición, y se podía imponer una multa de 25.000 dólares a cualquier estudio que se atreviese a distribuir una de sus producciones sin dicho requisito.
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