Un director descuidado por sus pares de la Nueva Ola, sin embargo, produjo películas de audacia constantemente renovada. El autor de “Adorable menteuse”, “La petite bande” o “Paltoquet” falleció el jueves 16 de febrero. Tenía 91 años.
¿Qué es un autor sino alguien que, sin parecerlo, hace siempre la misma película? Alguien cuyo estilo e imaginación reconocemos en unas pocas imágenes. Michel Deville acaba de morir a los 91 años, olvidado. Descuidado. Poco reconocido. Sin embargo, basta ver cinco minutos de cualquiera de sus películas, incluso las menos buenas (la última, Un fil à la patte, de 2005), para saber que es suya: elegante, insolente, escandalosa y engañosamente fútil. Impulsado siempre por una osadía que uno se pregunta cómo se le escapó a sus pares de la Nueva Ola, quienes nunca lo reconocieron como uno de los suyos. Mientras que sus primeros largometrajes fueron tan libres como los de Eric Rohmer, tan inventivos como los de Jacques Rivette. Y con una libertad increíble: Adorable Liar(1962), con una resplandeciente Marina Vlady, parece reflejar el descuido de toda una época. Un paraíso perdido rápidamente.
Michel Deville siempre ha procedido por sucesivos desafíos. Si elige un thriller de Patricia Highsmith, Aguas profundas (Eaux profondes, 1981), es para transformarlo en una reflexión, a lo Barbey d'Aurevilly, sobre la felicidad en el crimen. ¡Un juego de niños para él! Consiguiendo, en cambio, adaptar una novela que se dice inapropiada, he aquí una tarea digna de él... Del El dossier 51 (Le dossier 51), de Gilles Perrault, con el que muchos cineastas se han roto los dientes, hace, en 1978, lun thriller de lo más angustioso. En sus manos, la cámara subjetiva -un proceso llamativo y desconcertante- se convierte en la más sutil de las armas: se convierte en una investigadora a medio camino entre el Philip Marlowe de Raymond Chandler y el Gran Hermano de George Orwell.
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