Jane Alice Peters (Fort Wayne, 6 de octubre de 1908), de nombre artístico Carole Lombard murió pronto e injustamente. No sólo era una de las actrices más destacadas de su tiempo, sino también una mujer maravillosa, querida por muchos. Clark Gable fué quien más lloró a Carole Lombard. Y ver destrozado e inconsolable al genuino Gable, sólo añadió tragedia a la tragedia. Carole Lombard no fue solamente una actriz, era, también, una mujer con un luminoso y rubio pelo, de rostro marfileño y tersa suavidad. Poseía un cuerpo voluptuoso y sensual que la ayudó a convertirse en una de las estrellas más glamurosas de los años 1930 en Hollywood.
Realizó más de cuarenta películas y fue nominada en una ocasión al premio de la Academia. Se especializó en papeles cómicos, como mostró en su última película Ser o no ser (To Be or Not to Be, 1942 ), de Ernst Lubitsch.
En el cine, sólo se pudo ver en color en una ocasión, gracias a otra comedia loca llamada La reina de Nueva York (Nothing Sacred, 1937), junto a Fredric March. La reina de Nueva York resulta hoy una sátira visionaria sobre las celebridades postizas y las mentiras más o menos piadosas de la prensa. Cuando Estados Unidos entraba en la Segunda Guerra Mundial después del ataque japonés a Pearl Harbor, el gobierno solicitó a los más importantes actores americanos que colaboraran con la causa. A Gable no le hizo mucha gracia, pero Carole, siempre entusiasta, fue en tren hasta Indiana para un acto de promoción de los bonos de guerra. Vendió dos millones de bonos a los miles de personas que acudieron a conocerla. Su carrera se vio truncada el 16 de enero de 1942, a los 33 años de edad, al desplomarse, junto con su madre y otros 20 pasajeros, el avión de TWA en que viajaba, para ir a reunirse en Los Angeles, con su esposo Clark Gable.
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