La Princesa Mononoke (Mononoke-hime, 1997), de Hayao Miyazaki (1997)
El espíritu vengador de Studio Ghibli está considerado como una de las mejores películas de aventuras que existen. La épica lucha de San, la princesa de los lobos, contra las máquinas que persiguen acabar con el gran bosque donde vive junto a los kodamas y los demás espíritus el bosque, es un espectáculo que resulta cada vez más portentoso con cada visionado.
Puede que la imaginación de El viaje de Chihiro resulte completamente arrebatadora, que la profunda liviandad de Mi vecino Totoro no tenga igual, que no exista nada más precioso que Ponyo en el acantilado, pero la fuerza emotiva y la violenta belleza de sus imágenes, hacen de La Princesa Mononoke la gran obra maestra entre todas las obras maestras que ha pergeñado Hayao Miyazaki y su Studio Ghibli.
Además del stendhalazo que produce ver surcar la vegetación a San a lomos de su lobo, la sapiencia del Dios Ciervo, la música de Joe Hisaishi o de ver a los Kodamas iluminarse, la grandeza de La Princesa Mononoke reside en su maravilloso y acertado discurso antibelicista, ecologista y empoderador. Tres de los principales mandamientos sobre los que se sustentan la totalidad de la obra de Miyazaki y sus colegas del Studio Ghibli. Razones por las que, además de su altísima calidad como obra artística, su visionado sea indispensable para la formación de lo que podríamos considerar como un ser humano bueno.
Apuntes para el visionado: Tener como modelos de conducta a San o a Ashitaka, el último príncipe emishi, debería ser el sueño para cualquier persona, por lo que un visionado estacional de La Princesa Mononoke siempre vendrá bien como refuerzo positivo.
Adaptado de David Lastra (Fnac Callao)
No hay comentarios:
Publicar un comentario