James Dean se mató en un accidente de tráfico ocurrido en una carretera californiana la tarde del 30 de septiembre de 1955, lo que, en aquel momento, apenas mereció la atención del público. Pero, al cabo de sólo dos semanas, cuando se produjo el estreno de Rebelde sin causa, se había convertido ya en un ídolo de los angustiados adolescentes norteamericanos; y sigue siendo el símbolo definitivo del dolor adolescente y de la rebeldía nacida de la desesperación.
La capacidad de evocación del cine es tal que hace que nos olvidemos de todo menos de los seres que estamos viendo en la pantalla. Es como si estuviesen comunicando, haciendo el amor con sólo nosotros. Y, cuando el actor o la actriz posee la fuerza necesaria como para traspasar la pantalla (lo que indudablemente ocurría con Dean), ese proceso de "seducción" se convierte en una ceremonia en la que la realidad y la ficción se confunden con el enigma de la propia existencia de la estrella. Todas las grandes estrellas saben que no hay nada que las haga tan memorables como esa capacidad de comunicación con los espectadores, como esa habilidad para traspasar la pantalla, que es lo que las convierte en algo más que simples actores.
James Dean como el hosco Cal Trassk de Al este del Eden (1955), junto a Julie Harris y Raymond Massey, película dirigida por Elia Kazan |
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