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Pero, un director tan solemne y respetable como Stevens sólo fue capaz de ver que la sólida familia texana de Gigante, era mucho mejor y más educada que el inquieto vecino que descubrió petróleo en sus campos y termina haciéndose multimillonario. Cada vez que Dean tiene una escena solo, como cuando mide su terreno dando pasos o se dejar mojar por el petróleo, su habilidad para llegar físicamente al espectador y para idealizar la soledad consigue insuflar vida a la película.
Elizabeth Taylor y James Dean en Gigante (1956) |
Cuando James Dean murió, François Truffaut reconoció que su forma de actuar no era psicológica ni se ajustaba siempre al texto. A pesar de su apariencia naturalista se trataba de una manera de interpretar esencialmente lírica que parecía construida sobre la marcha y sobre nuestros sueños.
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