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Como para resolver sus propias contradicciones y confusiones, Dean decidió ser actor. Para algunas personas los momentos en que están interpretando o mintiendo son los únicos que les permiten tener la mente tranquila. Y todos los personajes que encarnó en la pantalla parecen llevar esa máscara puesta. Se trata siempre de idealistas que se ocultan bajo la apariencia de rudos materialistas. Es como si supiese que, en alguna parte de su ser, había zonas tan oscuras y sombrías como el planetarium de Rebelde sin causa, y que si las escrutaba y profundizaba en ellas, sería al mismo tiempo feliz y desgraciado, bueno y malo; capaz de resolver sus emociones contrapuestas.
Sin apenas preparación, Dean consiguió hacerse un nombre en Broadway y en los programas dramáticos de televisión. En 1954 obtuvo su Tony (el equivalente al Oscar en el teatro norteamericano) por su interpretación del muchacho árabe de The Immoralis (El inmoral), adaptación de la famosa obra de Gide. En la televisión supo ganarse la admiración de los directores con sus improvisaciones y, aunque estas molestaban mucho a sus compañeros de reparto como Paul Lukas o Mary Astor, se les dijo que debían dejarle hacer lo que él quisiera. Estos actores (de la generación anterior) era como prototipos de figuras paternas, y Dean se apoyaba en ellos para empezar a construir su personaje de joven desvalido y angustiado, reduciéndolos al papel de simples comparsas.
Sal Mineo, James Dean y Nathalie Wood en Rebelde sin causa (1055) |
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