Son dos películas sobre la Ocupación alemana de Francia durante la II Guerra Mundial que se responden y no funcionan la una sin la otra. Lacombe Lucien y Adiós muchachos, de nuevo en los cines desde el pasado 10 de mayo, han puesto, con trece años de diferencia, a los franceses cara a cara con su historia.
En la Francia de los años 1970, Louis Malle acusa casualmente a todos los franceses de haber sido colaboradores potenciales. En Lacombe Lucien (1974), su joven héroe es un adolescente campesino del Lot que, en junio de 1944, cuyo padre está prisionero en Alemania y cuya madre se acuesta con su jefe, intenta ingresar en la Resistencia. Rechazado por el cabecilla local, ingresa por azar en la Gestapo francesa (dirá "policía alemana" a lo largo de la película. Con una capacidad asombrosa para amoldarse a lo que su nuevo puesto le exige, su vida cambia cuando se enamora de France, la hija de un sastre judío.
Es la "ambigüedad del mal", estilo Hannah Arendt: el joven piensa, pero no piensa. Según la película, ni siquiera sería responsable de sus acciones. Excepto que, no es tan estúpido, Lucien suele hacer pequeños cálculos para aprovechar esta colaboración fortuita. Y luego, en la apertura, Malle lo presentó matando un pájaro con una honda… frente a un cartel de Pétain. Lacombe Lucien, moreno, solo está interesado en los colaboradores y la cobardía de los demás.
La película provocó polémica en Francia al atreverse con un tema tabú: la postura de la sociedad civil francesa ante la ocupación nazi. Además cuestiona la idealización de la Resistencia francesa entre 1940 y 1944, que tras la guerra consideró a héroes y artífices de la recuperación del país a los miembros de la Resistencia. Estuvo nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.
Pierre Blaise en Lacombe Lucien (1974) |
Adiós muchachos (Au revoir les enfants, 1987) está realizada en un tono absolutamente autobiográfico, pues Louis Malle reconstruye su propia infancia a partir de hechos reales. La relación del niño con la madre, a la que adora y respeta, y su hermano mayor, que le permite el placer de lecturas como las 1001 noches, se corresponde absolutamente con la vida de Malle. También cierto odio y desinterés hacia su padre (presente en la historia por leves comentarios). El cineasta francés desvela públicamente los fantasmas de su infancia, básica para su posterior formación cultural, sentimental y cinematográfica. La película, hermosa, sutil y contenida, de exquisita sensibilidad e impecable construcción narrativa, aborda temas como la infancia, la amistad, la pérdida de la inocencia, la lealtad o el antisemitismo en tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
La obra nos traslada a una fría mañana de enero de 1944 en el patio del Pequeño Colegio del Carmen, un internado católico al sur de París cerca de Fontenebleau en el que el futuro cineasta cursaba estudios. Un recuerdo que persiguió a Malle hasta el final de sus días. Es la propia voz del realizador la encargada de cerrar la película para ratificarlo. “Han pasado – confiesa- más de 40 años [de aquello] pero hasta el día de mi muerte, yo recordaré cada segundo de esa mañana de enero”.
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