La bella y la bestia (La Belle et la Bête, 1946), de Jean Cocteau
Érase una vez un mercader arruinado que vivía con su hijo Ludovic y sus tres hijas. Dos de ellas, Felicie y Adelaide, son seres egoístas que explotan a su hermana pequeña Bella. Un día, el padre se pierde en el bosque y llega hasta un castillo. Allí encuentra una preciosa rosa y decide cogerla para Bella, entonces aparece el señor del castillo que le impondrá un duro castigo por su osadía. Fue la primera versión cinematográfica del cuento homónimo de 1757 de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. y esta reconocida como un clásico del cine francés.
Jean Cocteau escribe en una pizarra el nombre del actor estrella de su nueva película. Este, Jean Marais, que lo observaba desde el lado opuesto de la habitación, lo borra. Cocteau escribe de nuevo, ahora el nombre de la actriz, Josette Day, y entonces es esta quien pasa el borrador sobre la arañada superficie. Los créditos se suceden bien superponiéndose a la imagen, bien de la mano del celebérrimo poeta y dramaturgo, novelista y cineasta Cocteau. Parece anticiparnos que toda ficción es evanescente como el trazo de tiza sobre un encerado. Tras los títulos de crédito, un intertítulo mostrando, con la reconocible caligrafía del director, una llamada al espíritu de la infancia, a ese niño que todos llevamos dentro, del espectador. La historia que se va a desarrollar ante nuestra mirada es una fuga de la realidad, un viaje a lo más esencial y elevado del corazón humano. Un alto ideal que tendrá su mejor exponente en una bestia monstruosa, un cuento para niños de claro mensaje redentor que Cocteau adaptará para la pantalla inspirado en el clásico relato de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. La II Guerra Mundial acaba de terminar y no parece haber lugar para la poesía tras tanto horror. Pero bajo el rostro de la fealdad más absoluta aún puede pervivir el amor por lo bello. Solo debemos dejar libre nuestra imaginación y que nuestros ojos ahora de niño sueñen con un mundo mejor.
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