Ken Loach estrena El viejo roble (The Old Oak, 1923), su reducto del norte de Inglaterra le rinde homenaje entre risas y lágrimas. En Durham y Newcastle, ciudades muy queridas por el cineasta, toda una comunidad obrera participó en sus películas. Y espera la proyección de su última película, El viejo roble, como una gran celebración de la resistencia.
Para Ken Loach es el peor desamor. Todo está listo para recibirlo con majestuosidad. Una alfombra roja se extiende delante del cine Gala, en el punto ciego de una gran losa rancia en el centro de Durham. Las mujeres sirias y las de las antiguas aldeas mineras de la región se abrazan y levantan el puño ante los fotógrafos. En el vestíbulo del multicine, donde la gente bebe sola como en un pub, cuelga una pancarta con el escudo de su última película, “Fuerza, Resistencia, Solidaridad”. Una luz de finales de verano ilumina los rostros grises, los trajes negros, las mejillas empolvadas y los vestidos coloridos. Dos proyecciones festivas de El viejo roble, compitiendo en la última.
Como el viejo roble que le da nombre, el pub que regenta TJ (Dave Turner) resiste como último vestigio de otro tiempo no tan lejano en un barrio obrero de Durham, en el norte de Inglaterra, olvidado por políticos e instituciones. Las paredes de The Wild Oak no solo acogen a los vecinos de la zona, también atesoran la memoria de la industria minera que hasta los años ochenta dio sentido y trabajo a los lugareños, algunos de los cuales se ven soliviantados con la llegada de un grupo de refugiados sirios. Ken Loach, junto a su guionista habitual Paul Laverty, fija su mirada en el giro xenófobo de una clase obrera desahuciada al tiempo que restaura la esperanza en la solidaridad entre los trabajadores. Se llevó el Premio del público en el Festival de Locarno tras su paso por Cannes.
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