El signo de la cruz (The Sign of the Cross, 1932), de Cecil B. DeMille
Imperio Romano, siglo I d. C. Después del gran incendio de Roma, el emperador Nerón, decide culpar a los cristianos y publica un edicto por el cual todos ellos deberán ser arrestados y enviados a la arena del circo. Entre los detenidos se encuentran dos viejos cristianos y la hermosa hija de uno de ellos, de la que se enamora Marcus: el más alto funcionario de Roma. Una de las más brillantes y polémicas películas históricas del épico Cecil B. DeMille, que ya en el cine mudo había dado muestras de su magna visión cinematográfica. Sobre el texto de una obra de Wilson Barrett, nos cuenta la historia de cómo Nerón incendió Roma culpando de ello a los cristianos para justificar su persecución de cara al pueblo. Aunque lo más destacado de la función acabó siendo el latente erotismo mostrado por Claudette Colbert (como la malvada emperatriz Poppea), bañándose en leche de cabra ante la atenta y lasciva mirada de Nerón (un espléndido Charles Laughton). Además, la película estaba repleta de orgías, sadismo y otras actividades sexuales, estrenándose íntegra ya que todavía no estaba instaurado el código censor. DeMille ya había dirigido una primera versión sobre el tema en 1914. Para este remake gastó 650.000 dólares, rodándola en tan solo ocho semanas. Constituyó un enorme éxito de taquilla y obtuvo una nominación al Oscar a la mejor fotografía (Karl Struss).
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