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8. Casablanca (1942), de Michael Curtiz
En la ciudad marroquí de Casablanca, Rick Blaine (Humphrey Bogart), un ciudadano americano que ha sido expatriado, lleva el negocio del "Café de Rick", un café en el que se reúnen los apatridas, los exiliados de la Francia ocupada por los nazis, gente corriente, oficiales del Reicht, ladrones, etc. Un día, Ugarte, un ladrón conocido por Rick, se presenta en su bar llevando unos valiosos documentos que resultan ser salvoconductos, con los que cualquier persona podría llegar a Lisboa, el único puerto neutral durante la guerra que podría llevarles a Estados Unidos. Antes de poder venderlos es detenido por la policía, que manda Louis Renault, un oficial comprado por los nazis. Antes de desaparecer, Ugarte confía los documentos a Rick. La situación de Rick se complica en Casablanca al aparecer por su bar una antigua amante llamada Ilsa (Ingrid Bergman), quien le dejó en París por su marido, Victor Laszlo (Paul Henreid), que le acompaña en la ciudad. Laszlo resulta ser un líder de la resistencia checa que, conociendo que Rick tiene los salvoconductos, pretende hacerse con los mismos. Cuando Louis detiene a Victor por un delito menor, Rick, jugando a dos bandas, le dice que le puede dejar libre por ese hurto, para así detenerle por tráfico de salvoconductos. Cuando Louis va a arrestar a Victor, Rick le apunta con una pistola, destapando su coartada. La película termina en un aeródromo, donde están Louis, Rick, Ilsa y Victor. Ilsa y Victor acaban subiendo al avión que los llevará lejos de Casablanca, en uno de los finales más recordados del cine.
“Hay valores por los que merece la pena hacer sacrificios”, así define el guionista Howard Koch la esencia de una película de las de antes pero con vibración de eternidad. Casablanca es un clásico sencillamente porque lo que en ella está en juego –ese puñado de valores de los que habla Koch- siempre interesa, y atrae, y emociona. Y si la historia del Rick’s Café Américain vino a convertirse en el paradigma del romanticismo, no es menos cierto que desde su alumbramiento allá en 1942 quedó también inventada una nueva terapia contra la desesperación, una medicina que conviene recetarse cuando perdemos algo de eso que podemos denominar confianza en la condición humana.
Casablanca consiguió alzarse con el Oscar a la mejor película, mejor director y mejor guión adaptado al año siguiente de su estreno.
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