Cuarenta años después de su gran estreno, esta ópera espacial poética y ochentera sigue brillando. Con dirección René Laloux y diseño gráfico Mœbius.
René Laloux, un artista inspirado que murió en 2004 a la edad de 85 años, fue un cineasta poco común: sólo tres largometrajes de animación en su carrera, todos ellos dedicados a la ciencia ficción. Mucho después de su obra maestra, El planeta salvaje (La planète sauvage, 1973), en colaboración con Roland Topor, y antes de Gandahar, los años luz (Gandahar, les années lumière, 1987), regresó, en 1982, a las galaxias lejanas con Los amos del tiempo (Les Maîtres du temps), adaptación de una novela de Stefan Wul, L'Orphelin de Perdide (1958). En el momento de su estreno, esta ambiciosa ópera espacial era un acontecimiento: un OVNI, en un panorama cinematográfico en el que la animación francesa estaba entonces casi ausente, y un tesoro para todos los amantes.
La historia comienza cuando una nave cae en el extraño e inhóspito planeta Perdide. Tal impacto ha eliminado a casi toda la tripulación menos al hijo de una pareja: Piel. Este chico y su única esperanza representada por un micrófono que apoda Mike, serán uno de los varios protagonistas. Este pequeño artefacto, al que el niño atribuye vida propia, es un mecanismo de comunicación que puede soslayar las distancias estelares y encontrar algún receptor. Un grupo de colonos recibe la señal de auxilio y se embarca en el rescate del huérfano. Además, los peligros aumentan, ya que ese planeta ha sido seleccionado para su colonización por una avanzadísima raza de seres.
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