En un mundo que pronto quedará sumergido, sin humanos ni palabras pero lleno de vida, un gato y sus amigos sobreviven en un barco a la deriva. Un choque estético y una hipnótica oda a la naturaleza.
Una casa abandonada por su dueño, en lo profundo de un bosque. A su alrededor, extrañas estatuas felinas y un río que crece y vuelve a crecer, hasta convertirse en torrente, luego en río, amenazando con sumergir la pantalla... ¿Dónde estamos? A mil kilómetros de todas las tierras habitadas y habituales de la animación, a las puertas de un mundo tan fascinante como enigmático, poco a poco engullido por una inexorable subida de las aguas. No hay humanos, sólo los restos de una civilización ahogada, ruinas desproporcionadas y otros artefactos flotantes, en el corazón de una naturaleza grandiosa y peligrosa. ¿El fin de todo? Ciertamente no. Este ensueño monumental sin el más mínimo diálogo está repleto de vida, plantas y animales.
Al principio, y sobre todo, hay un gato. No es una de esas criaturas antropomórficas y parlanchinas que aparecen en los dibujos animados habituales. Un gato real, todo negro, entrañable, grácil e inteligente, que sólo sabe maullar, pero sobresale en un peligroso viaje de supervivencia, que le llevará, en el camino, a superar su miedo y su desconfianza. A bordo de un barco a la deriva, se mezcla con una abigarrada colección de plumas y pelajes: un torpe carpincho, un lémur ligeramente obsesivo, un simpático perro y un extraño pájaro blanco. Cada escena domesticadora, llena de suspenso, es un pequeño milagro de fluidez y poesía, en perfecto equilibrio entre misterio y ternura. Se cuenta así una conmovedora y espectacular historia de amistad y solidaridad entre especies.
Desde escenarios fabulosos (bosques sumergidos, montañas y perspectivas vertiginosas) hasta encuentros fantásticos (entre otros, una inolvidable y extraña ballena crestada), esta película ofrece un choque estético, una oda hipnótica a la naturaleza, en su ambigua omnipotencia, creación y destrucción. Pero también una conmovedora fábula sobre las relaciones con los demás, la felicidad y la necesidad de aprender a vivir juntos.
La influencia de Miyazaki y los videojuegos
Este periplo inaugural coincide plenamente con el del director, el letón Gints Zilbalodis, un talentoso artista de apenas 30 años. Después de su primera película, la fascinante Ailleurs (2020), realizada enteramente solo (desde la animación hasta la música original) frente a un simple ordenador, ahora colabora con un equipo de jóvenes animadores, entre Francia, Letonia y Bélgica. Aquí encontramos su pasión por los universos oníricos suntuosamente perturbadores, la influencia de maestros como Hayao Miyazaki, pero también la de los videojuegos. Como en Elsewhere, el uso inspirado del 3D aporta a las imágenes una especie de pátina irreal, la rugosidad temblorosa de los sueños, que contrasta maravillosamente con los movimientos muy realistas de este frágil bestiario de refugiados.
Una obra sin palabras, Flow, un mundo que salvar (2024) no guarda silencio. Un viaje susurrante, acompañado de una banda sonora a la vez épica y contemplativa (una vez más compuesta por Gints Zilbalodis, en colaboración con su compatriota Rihards Zalupe, compositor y percusionista), es también un “trance sonoro”, una película para escuchar. La insólita arca sin Noé navegará durante mucho tiempo en la memoria de nuestros cinéfilos.
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