lunes, 20 de enero de 2025

Muerte de David Lynch, inmenso cineasta que combinó lo monstruoso y lo sublime (III)

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Su último largometraje, Inland Empire, se remonta a 2006. Una fuerte experiencia de fantasmas, vacíos inquietantes, imágenes entrecortadas. El director llevó aún más lejos la exploración mental, su gran afición, quien también practicaba la meditación trascendental. Cruzar un umbral, recorrer un pasillo, entreabrir una puerta y pasar a otro espacio-tiempo, todas sus películas ofrecen esta perspectiva tan aterradora como apasionante. Donde lo monstruoso desfila con lo sublime.
Laura Dern y Justin Theroux en Inland Empire (2006)
En las entrevistas, el habitante de las alturas de Los Ángeles siempre mantuvo la misma clase, limpio y cepillado, eterno cigarrillo en mano. Sus palabras pueden parecer confusas, sin ser jamás grandilocuentes. Hablaba con las manos, agitando los dedos, como si las palabras no fueran suficientes o incluso corriera el riesgo de confundir el significado. Reconoció que cuando era niño durante mucho tiempo se había negado a expresarse de manera articulada y clara. De ahí quizás su poesía visual y extrasensorial, a la vez cruda y sofisticada. Todo realzado con un pronunciado sentido del absurdo. Porque sí, sin ofender a sus detractores, Lynch también tenía sentido del humor, confirmado más allá de la tumba. Al anunciar su muerte, su familia insistió en citar una frase que le gustaba especialmente: "No pierdas de vista el donut y no el agujero". 

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